Thursday, November 03, 2011

Toronto, tres pm.

Apenas el viento cambiaba su tono, acaso para impedir que el discurso fuera más desordenado o, mejor, más convincente. La tarde estiraba sus piernas y su cuerpo estaba firme en el sillón metálico. Nos llamó la atención con uno de sus gruñidos más intensos. Brotaban regurgitando flemas, volcando intentos de palabras o, tal vez, simulando emociones que tuvieron alguna tangibilidad en otro momento, lejos de ese sillón y de esa terraza callejera. Manoteaba mirando al piso. Se explicaba cosas. Sus gruñidos eran aparentemente cada vez más convincentes porque asentía con la cabeza. Llegamos a pensar que había sonreído. Desde la esquina, un hombre lo miraba. Cuando nos acercamos a él, sacó un pequeño cuaderno del bolsillo. "Es un santo", nos dijo.